Hoy el día ha
nacido espléndido, dulcemente vivido y lentamente desaparecido para ser una fiesta fugaz, pero también muy hermosa, en apenas ocho horas. Y todo ha quedado ahí, en el recuerdo para siempre;
fiesta en la que se han escuchado todas las lenguas del mundo, sin que las canciones de los grupos flamencos rompieran el sonido de la gente; fiesta en la que el vino corría en vasos pequeños y
la alegría grande; fiesta en la que todo el mundo era uno, y en la que la tradición nacía y moría, porque el objetivo último era la tradición misma.
Es la "Fiesta de
SAN CECILIO en la ABADÍA".